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viernes, 16 de enero de 2009

Historia en una biblioteca (Tomo I)


La mañana presagiaba duros trámites hacia una obligación insalvable. El despertar madrugador y una solitaria magdalena marcaban el preámbulo de batallas entre neuronas perezosas y las letras infinitas de aquellos apuntes enigmáticos. La noche había dejado evidencias de resultar fría y oscura. Entre música comercial y las primeras noticias, el tráfico se fumaba como un cigarrillo de liar. Camino de la biblioteca añoraba los años en que la inocencia arrebataba a cualquier módulo de temor. Una vez más me preparaba para entrar a un nido de pájaros que, obligados a saber de algo, enmudecían las horas entre folios y calculadoras. La entrada era odiosa, pues se concentraban en mí todas aquellas miradas de desconfianza, indiferencia y, quizás, interés puramente académico. Todo formaba parte de una rutina que, día tras día, se acentuaba en agobio y soledad. Hasta que un día sucedió algo diferente. Cuando volvía de un merecido descanso en el que el cigarro se desvaneció a ritmo de mi respiración, encontré una nota entre mi pirámide de papel. Parecía un mensaje personal, escrito a buena letra y recordando una caligrafía al más puro estilo medieval. En él se podía leer:”No finjas ser un estudiante común, sé perfectamente lo que pretendes.” No pasó un minuto desde que leí aquel extraño mensaje, cuando un hombre con gabardina oscura pasó a mi lado, con ritmo acelerado y perdiéndose hacia la salida de la biblioteca.

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